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Cómo cambiaron el mundo y la sociedad con otras pandemias, y qué se debate ahora que puede cambiar con esta

La primera pandemia de la que tenemos registros se produjo en Atenas, en el año 430 a. C. Tuvo lugar durante la Guerra del Peloponeso, un conflicto cruento que enfrentó a la Liga de Delos, la facción encabezada por Atenas, y la Liga del Peloponeso, liderada por Esparta. Duró veintisiete años y, según los historiadores, murieron al menos 18.000 soldados sumando las bajas de ambos bandos, y un número muy difícil de estimar de civiles.

No obstante, la guerra no llegó sola. El impacto que tuvieron esas tres décadas de atrocidades en la población fue terrible, pero la pandemia que acompañó los primeros años de conflicto fue aún peor. La enfermedad no se extendió solo por la Antigua Grecia; también castigó con mucha severidad los territorios que ocupan actualmente Egipto, Libia y Etiopía.

La pandemia que surgió en el año 430 a. C. es la primera de la que tenemos registros escritos, y acabó con la vida de dos tercios de la población de las actuales Grecia, Egipto, Libia y Etiopía

Los registros apuntan que aquella pandemia acabó con la vida de dos tercios de la población (murieron unas 100.000 personas), y también que se cebó especialmente con las ciudades que formaban parte de la Liga de Delos. Aquella circunstancia propició la victoria definitiva del ejército espartano y sus aliados, que, además de tener una enorme capacidad militar, se vieron favorecidos por el menor impacto que tuvo en sus filas la enfermedad.

Los científicos actuales no están del todo seguros acerca de cuál fue la afección que asoló aquella región hace casi dos milenios y medio, pero creen que los síntomas que describen los antiguos historiadores que nos han legado su testimonio, como el sabio ateniense Tucídides, están asociados a la fiebre tifoidea. En cualquier caso, aquella pandemia, además de decantar el curso de la guerra, dejó una huella muy profunda en la historia debido a que puso fin a la Edad Dorada de la Antigua Grecia.

En esta fotografía de 1944 un médico administra una vacuna para prevenir la fiebre tifoidea a una niña pequeña. Actualmente apenas se utiliza porque tiene unos efectos secundarios muy fuertes.

El ser humano ha superado el embate de muchas pandemias

Las pandemias, desafortunadamente, nos han acompañado desde que tenemos memoria. La peste bubónica, la fiebre tifoidea, la lepra o el cólera, entre otras enfermedades, han golpeado a la población mundial en muchas ocasiones, provocando grandes cambios demográficos y sociales.

Afortunadamente, a pesar de que casi siempre ha carecido de los medios y los conocimientos científicos necesarios para combatirlas con eficacia, el ser humano finalmente se ha impuesto. Y esto nos ha permitido alcanzar un grado de desarrollo que debería ayudarnos a encarar las futuras pandemias con más posibilidades de éxito, a pesar de los evidentes desafíos que conlleva la globalización.

La peste bubónica, la fiebre tifoidea, la lepra o el cólera, entre otras enfermedades, han golpeado a la población mundial en muchas ocasiones, provocando grandes cambios demográficos y sociales.

El propósito de este artículo es indagar en el impacto que probablemente tendrá en el mundo la pandemia provocada por la expansión del virus SARS-CoV-2, el que todos conocemos coloquialmente como coronavirus. Y para preverlo hemos hablado con tres expertos que tienen un perfil diferente y complementario: un genetista del CSIC, una periodista experta en tecnología e innovación, y un psicólogo.

Pero antes de descubrir qué nos han contado merece la pena que repasemos el impacto que han tenido en la sociedad algunas de las mayores pandemias a las que nos hemos tenido que enfrentar a lo largo de la historia. Se han producido muchas otras además de las cinco que hemos seleccionado, pero hemos elegido estas por su alcance, su gravedad, y también por la profunda huella que dejaron en el mundo en el que impactaron.

La lepra asoló Europa en la Edad Media

Aunque esta enfermedad se conoce desde la Edad Antigua, según los registros históricos su impacto más devastador se produjo en Europa a partir del siglo XI, y, desafortunadamente, ha llegado hasta nuestros días. La lepra la produce una bacteria conocida como Mycobacterium Leprae, y es una enfermedad crónica que degrada la piel, los ojos, las mucosas de las vías respiratorias y los nervios periféricos.

Los historiadores no han conseguido estimar con precisión cuántas personas padecieron esta enfermedad infecciosa entre los siglos XI y XIV, que es el periodo en el que asoló Europa, pero la enorme cantidad de hospitales, asilos y colonias para personas enfermas que fue necesario poner en marcha en todo el continente refleja sin lugar a dudas que este mal afectó a decenas de millones de personas.

Actualmente la lepra se puede curar. Según la OMS en 2017 esta terrible enfermedad afectó a 211.000 personas en todo el mundo

Afortunadamente, hoy en día esta terrible enfermedad se puede curar, especialmente si se trata durante sus primeros estadios. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2017 la lepra afectó a 211.000 personas en todo el mundo. Desde 1995 el tratamiento corre a cargo de esta entidad y se entrega gratuitamente a los enfermos de todo el planeta con el propósito de erradicar esta enfermedad de una vez por todas.

La enfermedad de Hansen, que es como se conoce actualmente a la lepra, nos ha enseñado lo importante que es preservar la higiene y evitar el hacinamiento de las personas. De hecho, durante el último siglo esta dolencia ha afectado casi de forma exclusiva a la población más desfavorecida de los países en vías de desarrollo, que es precisamente la que con frecuencia no tiene acceso a unas mínimas condiciones higiénicas.

La peste mató a una cuarta parte de la población mundial en el siglo XIV

Los primeros registros que tenemos de esta enfermedad proceden de documentos griegos del siglo II a. C., y describen varias pestilencias que acabaron con la vida de muchas personas en el norte de África y la Antigua Grecia. Desde entonces la peste ha arremetido en muchas ocasiones contra la humanidad, pero esta amenaza adquirió la envergadura de una pandemia en toda regla a mediados del siglo XIV. Y es que en ese periodo puso fin a la vida de entre 75 y 200 millones de personas, según las estimaciones que tenemos actualmente.

La peste acabó con la vida de entre el 30 y el 60% de la población europea en el siglo XIV

La muerte negra, o peste negra, que es como se conocía popularmente esta enfermedad en esa época, afectó profundamente a Asia y Europa. De hecho, en este último continente acabó con la vida de entre el 30 y el 60% de la población, una cifra terrorífica que refleja lo grave que fue esa pandemia. Curiosamente, aún no conocemos bien la enfermedad que provocó todas esas muertes, pero algunos expertos creen que probablemente fue a causa de la peste bubónica. O quizá del carbunco. Ambas infecciones tienen un origen bacteriano.

Esta pandemia fue una de las más graves a las que se ha enfrentado la humanidad. Además, alcanzó su cénit en una época en la que no teníamos los recursos y el conocimiento científico necesarios para combatirla. Ni siquiera para entender esta enfermedad. Aun así, aprendimos algunas cosas importantes acerca de ella. Descubrimos que las pulgas eran el principal vector de contagio. Y también que para combatir la peste era necesario mejorar la higiene y evitar que las pulgas se agazapasen en la ropa y las telas (las larvas proliferan en las fibras de los tejidos).

En el óleo ‘El triunfo de la muerte’ Pieter Brueghel el Viejo refleja el dramático impacto que tuvo la peste en la sociedad del siglo XVI.

La peste bubónica, la viruela y el sarampión llegan a América

El descubrimiento y la colonización de América a finales del siglo XV y principios del XVI tuvieron unas consecuencias dramáticas para los nativos en muchos ámbitos, pero, sobre todo, en lo que se refiere a la salud. Y es que los europeos transportamos con nosotros al nuevo continente muchas de las enfermedades que estaban asolando Europa, como la peste bubónica, la viruela o el sarampión, entre otras. Las personas que vivían en América no habían tenido un contacto previo con estas enfermedades, por lo que su exposición a ellas tuvo unas consecuencias terribles.

Cuando Cristóbal Colón desembarcó por primera vez en la isla de La Española, en la que actualmente residen los territorios de República Dominicana y Haití, se encontró con una población aproximada de 60.000 amerindios taínos naturales de allí. Sin embargo, cinco décadas más tarde, a mediados del siglo XVI, aquella población original había sido diezmada por las enfermedades transportadas por los colonizadores, y también por los conflictos con estos últimos, hasta quedar constituida por no más de 500 individuos. Estos sucesos se repitieron por todos los territorios de América a los que llegamos los europeos.

La proliferación de las enfermedades, la esclavitud y los conflictos armados provocaron la muerte durante el siglo XVI del 90% de la población indígena

Algunos autores, como el economista Aldo Ferrer, defienden que la globalización arrancó precisamente en esa época debido a la colonización de buena parte del mundo llevada a cabo por las naciones europeas. La proliferación de las enfermedades, la esclavitud y los conflictos armados provocaron la muerte durante el siglo XVI de 56 millones de personas, una cifra que asciende al 90% de la población indígena. Es difícil saber cuántas personas fallecieron a causa de las enfermedades y cuántas murieron en conflictos armados o debido a la esclavitud, pero aquella terrible pandemia también nos dejó algunas enseñanzas.

La más evidente es que el desplazamiento de masas poblacionales tiene un papel fundamental en la expansión de algunas enfermedades, sobre todo cuando las personas viajan de un continente a otro. Los desplazamientos a larga distancia de algunos individuos pueden provocar que otras personas se vean afectadas por enfermedades con las que nunca han estado en contacto, por lo que su sistema inmunológico puede verse desbordado por un agente infeccioso nuevo y con una mayor capacidad dañina. Probablemente nuestra intuición acerca del rol del sistema inmunológico se despertó en esa época.

El cólera se extendió por el mundo en el siglo XIX

Los expertos han llegado a la conclusión de que el reservorio original del cólera antes de que esta enfermedad se propagase por todo el planeta estaba localizado en el delta del Ganges, en la India. Lo que no conocemos con precisión es la razón por la que durante el siglo XIX esta grave enfermedad diarreica provocada por la bacteria Vibrio cholerae comenzó su propagación por todo el planeta, dando lugar a nada menos que siete pandemias consecutivas. La última aún está afectando gravemente a algunos países de Asia, África y América.

Según la OMS cada año se producen entre 1,3 y 4 millones de casos de cólera, y mueren entre 21.000 y 143.000 personas a causa de esta enfermedad. El vehículo de transmisión de la bacteria que la origina es el agua, y también los alimentos contaminados, por lo que las poblaciones afectadas actualmente son mayoritariamente aquellas que no tienen acceso al agua potable y a un saneamiento adecuado. La propagación de esta enfermedad aún nos sigue recordando lo importantes que son la higiene, el saneamiento, el agua y la vacunación, unos recursos a los que todavía no tiene acceso una parte de la población de los países en vías de desarrollo.

La gripe de 1918 arrasó Europa, América y Asia

Al igual que la actual, la pandemia de gripe que surgió en 1918 se extendió por todo el planeta en pocos meses. Los primeros continentes afectados fueron Europa, Asia y América, pero no tardó en propagarse más allá de sus fronteras, provocando que en tan solo un año muriesen entre 20 y 40 millones de personas de todas las edades, incluidos niños y personas jóvenes con buena salud. La segunda oleada, que tuvo lugar a finales de ese mismo año, elevó la cifra de fallecidos en todo el planeta a 50 millones de personas, colocando a esta pandemia como la más dramática de nuestra historia reciente.

La segunda oleada de la gripe de 1918 elevó la cifra de fallecidos en todo el planeta a 50 millones de personas

A principios del siglo XX no disponíamos de un tratamiento capaz de combatir los efectos perjudiciales del virus Influenza A subtipo H1N1, que fue el que causó esta pandemia. Tampoco teníamos una vacuna que permitiese a la población inmunizarse, lo que provocó que el virus campase a sus anchas por todo el planeta durante dos años. En 1920 se produjo un último brote, pero su impacto en la sociedad fue mucho menor porque la mayor parte de las personas ya había tenido contacto previamente con el virus y se había inmunizado. El mundo había alcanzado la inmunidad de grupo de la que tanto oímos hablar actualmente de forma natural.

La pandemia de 1918 fue terrible. La ausencia de un tratamiento eficaz y de una vacuna provocó que los médicos probasen todo lo que estaba a su alcance para intentar ayudar a los enfermos. Volvieron las sangrías, se les suministraron cantidades ingentes de ácido acetilsalicílico (el medicamento popularmente conocido como aspirina), se les administró oxígeno… Nada de eso demostró ser especialmente eficaz, pero esto no significa que no fuésemos capaces de aprender nada de aquella pandemia. Aprendimos mucho, y esas enseñanzas actualmente nos están ayudando a plantar cara a la COVID-19.

Los médicos que combatieron aquella pandemia se dieron cuenta de que las partículas víricas se propagaban a través del aire cuando los enfermos tosían, estornudaban o hablaban, por lo que recomendaron el uso de mascarillas. También aconsejaron ventilar bien los espacios cerrados, y en España las autoridades prohibieron las fiestas y las grandes concentraciones de personas. Todo esto nos suena, ¿verdad? Pero hay algo más: los médicos también se dieron cuenta de que las transfusiones de sangre procedente de pacientes recuperados ayudaban a sanar a algunos enfermos. Esta es una de las estrategias que estamos usando actualmente para tratar a algunas personas afectadas por la COVID-19.

Esta fotografía fue tomada en 1918, en un hospital de Kansas (Estados Unidos) terriblemente hacinado a causa de la pandemia de gripe que asoló el mundo durante dos años.

Tres expertos opinan acerca de la huella que dejará la pandemia actual en el mundo

Rafael Puyol, catedrático de Geografía Humana de la Universidad Internacional de La Rioja, defiende que la pandemia del coronavirus está alterando todas las variables demográficas. Según este analista la natalidad en España caerá aún más, el nivel de envejecimiento de la población se incrementará, y la inmigración, que contribuía a sostener la tasa de natalidad, se estancará. Además, la gran cantidad de personas mayores de 80 años cuya vida se ha visto truncada por la COVID-19 está provocando un retroceso de la esperanza de vida. No cabe duda de que tenemos retos muy importantes por delante si queremos revertir esta situación.

Para indagar más en el posible impacto que la pandemia a la que nos estamos enfrentando tendrá tanto en la sociedad en su conjunto como en nosotros como individuos hemos hablado con Lluís Montoliu, doctor en Biología por la Universidad de Barcelona, profesor honorario de la Universidad Autónoma de Madrid durante veinte años, y desde hace ya más de dos décadas investigador científico del CSIC en el Centro Nacional de Biotecnología y presidente del Comité de Ética de esta institución. También hemos pedido su opinión a Marta García Aller, periodista experta en tecnología e innovación; autora de ‘Lo imprevisible’, entre otros libros de ensayo, y profesora en varias escuelas de negocios, y a Francisco Tabernero, licenciado en Psicología por la Universidad de Granada y máster en Psicología Cognitivo Conductual por el centro Aaron Beck.

Lluís Montoliu comienza explicándonos a qué tipo de virus nos estamos enfrentando: «Este virus es un prodigio de la biología. Ha conseguido disminuir la mortalidad, con lo cual ha logrado tener anfitriones que lo diseminan con mucha eficacia, y además ha maximizado la capacidad de infección. Es muy infeccioso, pero es poco mortal. Es la quintaesencia de un virus, que lo que quiere es replicarse. Otros virus, como el ébola, que parecen más peligrosos, en realidad lo son menos. El ébola mata al 50% de las personas que infecta, y eso hace que rápidamente entre las infectadas y los muertos no le dé tiempo a infectar a otras personas y se extingue a sí mismo. Sin embargo, este coronavirus ha logrado que la dispersión sea máxima».

«Creo que el sencillo hecho de llevar una mascarilla ha llegado para quedarse. Vamos a seguir utilizándolas durante muchísimo tiempo», apunta Lluís Montoliu

«Creo que el sencillo hecho de llevar una mascarilla, junto a todas las demás medidas de higiene y protección, ha llegado para quedarse. Vamos a seguir utilizando las mascarillas durante muchísimo tiempo, por lo que dejarán de ser algo exótico y se transformarán en algo normal, como lo son desde hace mucho tiempo en los países asiáticos. El hecho de llevarlas va a provocar que se dispersen menos los patógenos y tengamos menos gripes y resfriados. Creo que incluso algo tan sencillo como los geles hidroalcohólicos ha pasado a formar parte de nuestro día a día», apunta Lluís.

El psicólogo Francisco Tabernero indaga en el impacto que esta pandemia tendrá a medio y largo plazo en algunas personas: «Este virus está generando incertidumbre, y las personas no la llevamos bien porque nos genera ansiedad. Es posible que a algunas personas a largo plazo se les quede instalado el mecanismo que desencadena un trastorno de ansiedad, por lo que aumentará su prevalencia en la sociedad. Tendremos que poner al alcance de los sectores de la sociedad más vulnerables los tratamientos adecuados para evitar que estos trastornos se transmitan de generación en generación».

«Creo que algunos de los comportamientos que hemos adquirido durante esta pandemia van a permanecer instalados en la sociedad producto de los miedos. El miedo es una emoción primitiva, y nos sirve para protegernos. Para sobrevivir. Posiblemente en el futuro se va a producir una participación social muy inferior que perseguirá limitar el contacto entre las personas para minimizar el riesgo. Tendremos que evitar que estos comportamientos incrementen la preeminencia de los trastornos del estado de ánimo, como la depresión», puntualiza Francisco.

Nuestra forma de relacionarnos va a cambiar, pero la tecnología nos ayudará a afrontar los cambios

La pandemia a la que nos estamos enfrentando no está teniendo el mismo impacto en los países del norte de Europa y los del sur. Lluís Montoliu nos explica cómo puede verse afectado nuestro comportamiento: «En general creo que va a cambiar la forma en que nos relacionamos. ¿Por qué los países del norte de Europa han resultado menos afectados que los países del sur, como Italia, Portugal o España? Más allá de las medidas que cada país ha tomado, porque nos relacionamos de forma distinta. Nosotros estamos encima de los demás. Nos besamos. Nos abrazamos. Nos tocamos. A las personas de otros países esto no les sale de forma natural, y esa barrera se lo pone más difícil al virus».

Afortunadamente, la tecnología es una aliada valiosa que posiblemente nos ayudará a implementar los cambios que nos exige el mundo hacia el que nos dirigimos. Marta García Aller nos habla de esta posibilidad: «Actualmente se está produciendo una aceleración de algunas tendencias que llevan un tiempo entre nosotros, como, por ejemplo, la desaparición del dinero en efectivo de nuestra vida cotidiana. Creo que las tecnologías contactless que nos ayudan a minimizar el contacto entre las personas y a evitar tocar los objetos por razones sanitarias, como el control mediante la voz, van a acelerar su implantación en nuestro día a día. Quizá dejemos de apretar el botón del ascensor y empecemos, sencillamente, a decirle a qué piso queremos ir».

«No vamos a retomar nuestras vidas donde las dejamos en febrero cuando la situación actual mejore. La sociedad cambia cuando se enfrenta a una crisis profunda. Y esta lo es. Cuando acabó la crisis económica de hace una década el mundo no volvió a ser como antes de la quiebra de Lehman Brothers. Surgieron nuevos partidos políticos, nuevas preocupaciones, nuevos miedos… Una crisis sanitaria, económica y social como la actual cambiará el mundo profundamente. De hecho, ya lo está haciendo», apunta Marta.

«No vamos a retomar nuestras vidas donde las dejamos en febrero cuando la situación actual mejore. La sociedad cambia cuando se enfrenta a una crisis profunda. Y esta lo es», sentencia Marta García Aller

Francisco, por su parte, nos propone qué podemos hacer no solo para afrontar esta pandemia de la forma más llevadera posible, sino también para encarar un futuro más incierto de lo que podíamos prever: «En el futuro tendremos que esforzarnos para encontrar la proporcionalidad. Los comportamientos de protección, como el lavado de las manos y la distancia social, deben ser proporcionales a la agresividad del virus para evitar que se incremente nuestro nivel de ansiedad. Encontrar ese equilibrio nos ayudará a afrontar tanto esta como futuras pandemias minimizando los trastornos mentales que podrían desencadenar».

Y llegamos al final del artículo con una valiosa reflexión de Lluís Montoliu: «Lo que nos está sucediendo es un toque de atención como sociedad. Una cura de humildad. Somos capaces de llevar un rover a Marte, pero somos incapaces de controlar una pandemia provocada por un virus nanoscópico. Como especie los seres humanos hemos avanzado tecnológicamente mucho, pero seguimos teniendo estos desafíos frente a los cuales todavía no tenemos una solución. Tarde o temprano tendremos la solución a esta pandemia mediante tratamientos, vacunas, o ambos, pero la lección más valiosa que debemos aprender es que tenemos que estar preparados para la siguiente pandemia».